Hakuna matata

Desde Mendoza me vine con todos mis bártulos + mis dos perros.

A Apu, lo encontré en la Veterinaria Bustelo de Chacras; andaba buscando algún perro grandecito y algo guardián para mi casa con jardín enorme y entre un montón de pichos chiquitos apareció él, directamente caminando hacia mi. "Será grandecito al crecer?", pregunté. "Esa es la madre", me dijeron señalando una perrita mestiza bastante enanita y simpática. Y bueno, ya no había vuelta atrás. Apu empezaría a formar parte de nuestra familia.

A Clarita la busqué en casa de una conocida familia mendocina, habían publicado en el diario que regalaban perros cruza Weimaraner, una raza que me encanta pero que por supuesto no estaba dispuesta a comprar (no estoy de acuerdo con el comercio de animales). Toqué el timbre y a lo lejos venía caminando una señora con la perra aúpa: "Es la única que queda, a esta nadie la quiso". Y me partió el corazón. Ahí estaba Clara (de color negro, medio ratón) con sus ojitos color miel pidiendome a gritos que la llevara. Y bueno, me la llevé.

Y así fue como cambié las ganas de un perro grande por dos medianitos. Fueron creciendo, eran medio incivilizados (se puede civilizar un perro???), eran los perros del barrio, salían, volvían, vivían! Eran felices.

Cuando salió la oportunidad de venir a BsAs ni dudé por un minuto que los traería conmigo, eran parte de mi vida. Cargamos los muebles en un camión y los perros conmigo en el auto, 1000 Km con los dos aupa, llorando a moco tendido sobre sus lomos.

La realidad bonaerense hizo que no consiguiéramos casas con mucho espacio para alquilar, patios chiquitos, los dos pichos ahí parecían dentro de una pecera. Yo notaba que sufrían, encima no sabían andar con cadena ni pasear atados como otros perros. Se les empezó a caer el pelo,  yo pienso que fue el estrés del cambio... Pasó el tiempo y las mudanzas, llegó suricatita y el tiempo para Apu y Clara era cada vez más acotado. Pasaban largas horas solos, destruyendo el pedazo de tierra que les tocaba, yo sufría por no poder dedicarles tiempo y estoy segura ellos sufrían más que yo.

Nuestra nueva mudanza era inminente. Con un patio chico no parecía viable la vida de perros en la nueva casa, cada vez más coartada en espacio. Y surgió la posibilidad de llevarlos a un campo, adonde podrían vivir en libertad.

Y así fue que hoy por la mañana para allá partieron. Y a mi se me partió el corazón... No sólo por que los quiero (es por esto que se que lo mejor que les puede pasar es seguir viviendo en un lugar grande, espacioso  libre como el que nacieron) sino porque con ellos se fue el último eslabón que mi unía a mi Mendoza. Sonará tonto (e incluso egoísta) pero siento que hoy se fue con ellos la partecita menduca que me acompañaba aquí. Estoy muy, muy triste :-(

Que sean felices, Apu y Clara, bajo el cielo porteño y la humedad. Ojalá pronto pueda buscarlos para llevarlos de vuelta a casa. Nuestra casa en la montaña.